Al inicio de la Primera Guerra Mundial en 1914, luego del asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria, Rubén Darío, decidió partir de regreso a Nicaragua, porque, además, presentía que su final estaba cerca, se sentía enfermo y deseaba que sus restos descansaran en su patria.

En su viaje de regreso a Nicaragua, el poeta pasa por Estados Unidos y Guatemala, país -este último- donde el presidente Manuel Estrada Cabrera le brinda las mejores atenciones.

Luego, en la segunda quincena de noviembre de 1915 llega a Corinto, de donde lo trasladan a su querida ciudad de León. Su estado ya es delicado. En León están pendiente de su salud los doctores Luis H. Debayle y Escolástico Lara, además, diversas autoridades, civiles y eclesiásticas se encargan que reciba una atención esmerada.

Monseñor Simeón Pereira y Castellón, le encarga a Jorge Navas Cordonero, el escultor del león que está en actitud doliente sobre la tumba del poeta en la catedral de León, que le brinde un informe diario del estado de salud de Rubén Darío, y así lo hace de manera religiosa.

El poeta tiene serios problemas de salud por una cirrosis hepática que lo mantiene en muy mal estado desde hace poco más de un año, producto de sus excesos con el licor. Entre diciembre de 1915 y enero del año siguiente, los galenos Debayle y Lara le hacen varias punciones en el hígado, de donde le extraen enormes cantidades de líquido.

No hay que olvidar que el doctor Debayle es amigo íntimo de Rubén, pero en sus arrebatos de cólera y dolor provocado por su enfermedad, Rubén, maldice e intenta agredir al sabio Debayle, pero este mantiene la cordura y no deja de atender de la mejor manera posible a su paciente y amigo.

Enero es un mes difícil para el poeta, porque se ve que las fuerzas para permanecer en este mundo lo abandonan… El 31 de enero, siente Rubén que es hora de dejar un testamento para entregar sus pocas posesiones terrenales a quien considera. El depositario de sus bienes -como la casa de su tía abuela, Bernarda Sarmiento y las obras inéditas del vate- las deja a su hijo, Rubén Darío Sanchez, vástago que procreó con Francisca Sánchez del Pozo.

Dos días después, el dolor y malestar del poeta se vuelven insoportables y su condición se agrava aún más. El poeta se mueve y agita, en unas ocasiones lento, en otras rápido, como intentando manifestar algún deseo, el doctor Escolástico Lara, le toma la presión y la temperatura que no ceden.

Hay momento de delirios que lo hacen ver fantasmales apariciones, en una de tantas veces se despierta agitado y cuenta que vio una seria disputa por sus restos mortales y eso lo altera sobremanera.

El jueves 3 de febrero, el poeta se mantiene postrado en su cama, siempre con sábanas blancas, uno de sus colores preferidos. Cerca de su cabeza hay un pequeño crucifijo de plata y otro lo tiene en su pecho, este último es obsequio del insigne poeta mexicano y amigo cercano de Darío, Amado Nervo, quien junto con Rubén le enseñó a leer a Francisca Sánchez.

En horas de la noche de ese jueves 3 de febrero, Rubén se agita, casi convulsiona, es la muerte que se aproxima. Los curas están pendientes de los sacramentos del catolicismo para este hijo de Dios en su hora final.

Al fin, la muerte cubre con fúnebre crespón la figura, la vida, el cuerpo de este eximio hombre de las letras españolas y nicaragüenses que dio honra, prestigio y gloria a su Nicaragua natal y de la cual hasta hoy nos sentimos orgullosos de que él sea un nica de Metapa y leonés de corazón.

El domingo 6 de febrero, a las 10:15 minutos de la noche fallece y pasa a otro plano de vida el liróforo celeste, el mágico poeta, el de los cisnes blancos, del arpa y de la lira, Rubén Darío, apellido que dejará a sus descendientes.

Luego de innumerables discursos de políticos, poetas y escritores, pasa en su féretro por la universidad, su casa y de misas su cuerpo fue enterrado siete días después, el 13 de febrero dentro de la Catedral de León, su amado León.

Nunca antes y nunca después, hasta hoy, se vio un funeral de semejantes proporciones, con la participación de pobres y ricos, clérigos y seglares, políticos, comerciantes y representaciones de toda Centroamérica y de Nicaragua en general.

Rubén Darío, honra y gloria de Nicaragua.